martes, 16 de marzo de 2010

Una historia sin más!

Como siempre, soy el último en enterarme de todo. Apenas hace un par de días me enteré de que habíais creado un blog para poner en común todo lo que incumbe al mundillo de Oliva y demás.
Flipé con el concurso de relatos... pero como siempre llego tarde, ahí va un relato que tenía escrito desde hace tiempo. No sigue las normas del concurso, pero bueno.


MISERIAS COTIDIANAS _ COMO CADA DOMINGO.

Como cada Domingo, Juan se levantó temprano. Tomó un café cortado, corto de leche, acompañado de una galleta macrobiótica, se lavó los dientes y se acomodó las lentillas. Entró de nuevo a la habitación, y sin hacer demasiado ruido para no despertar a su mujer, se atavió con su uniforme deportivo. Había quedado con Jesús, el vecino de la casa 203, para jugar un partido de tenis. Hacía tiempo que acostumbraba a llevar a cabo la misma rutina durante el fin de semana. Los viernes por la noche salían él y su mujer, junto con otra pareja de amigos que vivían en la misma urbanización, y dejaban a sus hijos a cargo de la hija de uno de los vecinos. Iban al cine, y tras esto, tomaban unas copas en un Pub al que acudía personas de su misma edad. Era una manera de sentir que todavía conservaban cierto espíritu festivo, aunque nunca se alargaban más de las dos y media. Y es que, para ambas parejas se trataba de su primera experiencia como padres, y dado que su vida laboral les absorbía durante la semana, el sábado y el domingo eran los únicos días donde podían atenderles plenamente. Por esta razón, Juan y Jesús aprovechaban las mañanas de los Domingos para disputar un partido de Tenis. Sus mujeres y sus hijos todavía dormían a las ocho de la mañana, y además, a esa hora el sol aun no apretaba en exceso. Jugaban siempre el uno contra el otro, a excepción de alguna remota ocasión, donde se enfrentaban en dobles a otra pareja de vecinos de la misma urbanización, pero a decir verdad, esto era algo que cada vez se daba con menos frecuencia. A medida que pasaban los años, se iban distanciando cada vez más del resto de vecinos. Sentían, o querían sentir, que no tenían nada que ver con ellos, pues, no solo eran unos años más jóvenes que el resto de parejas, sino que además, su forma de pensar y entender la vida era más bien distinta. Nunca acudían a las barbacoas organizadas por el Comité de Vecinos, y para evitar tener que emprender conversación con el resto en la piscina comunitaria, durante el verano, se refugiaban en sus libros, o se arrinconaban formando su pequeño grupo. Lo que debían pensar acerca de ellos era algo que les importaba bien poco. En realidad, más que afectarles negativamente, era algo que les hacía crecerse y reafirmarse en la consideración de ellos mismos como “proges” y diferentes al resto.

Jugaron un partido a tres sets, y al finalizar fueron juntos a comprar el periódico, al quiosco más cercano. Vivir en una urbanización tiene sus comodidades, pero por otro lado, implica una completa dependencia del coche. Cualquier comercio, o lugar de ocio, requiere un desplazamiento motorizado, que se compensa con la alegría y la calma de vivir alejado del ruido de la ciudad. Al menos durante los primeros años.

Al regresar, Juan abrió la cancela que daba entrada al pequeño jardín de su parcela. Con la raqueta colgada del hombro, el periódico sujeto debajo del brazo, y la barra de pan entre su mano izquierda, le costó dos intentos cerrar correctamente. Hacía tiempo que debía haber arreglado la puerta, pero su condición de hombre de letras le provocaba un rechazo por todo aquello que fueran tareas de bricolaje. “A mi me pagan por escribir artículos... llamamos a un chapuzas y que lo arregle... y así, de paso, que te ponga las baldosas que se han caído de la cocina”. Ya había discutido de eso con su mujer en otra ocasión, así que lo mejor era no volver a sacar el tema.

La mallorquina de la puerta de entrada a la casa estaba abierta. Carmen, su mujer, debía haberse despertado hace rato al escuchar los sollozos de Eric. Con sus dos años de edad, no entendía de respeto por el descanso de su madre. En cuanto se despertaba y se veía solo en la habitación, rompía a llorar hasta que alguien acudía en su rescate. Y esa solía ser su madre.

Juan entró en la casa y escuchó el sonido del extractor de la cocina. Carmen estaba preparando el caldo de la paella marinera. La noche anterior había sacado el pescado y la verdura del congelador y ahora estaba disponiendo todos los ingredientes sobre el banco de la cocina. Más tarde sacaría el paellero a la terraza de la parte trasera del jardín, y lo conectaría a la bombona de gas que Juan, previamente, habría subido del garaje. Se acercó por detrás de Carmen, y apartándole cariñosamente el pelo, le beso justo en la parte lateral del cuello donde se inicia el vello.

-¿Bien el partido?
-Sin más!! He vuelto a ganar... ahora luego lo celebramos, ¿no?- la sonrisa se dibujó en la cara de Carmen. A Juan le divertían esa clase de bromas. - ¿Y Eric?.
- Está fuera jugando en el jardín... Ve a verlo! Hace rato que no le oigo.

Juan salió por la puerta que comunicaba la cocina con la parte trasera del jardín. Allí estaba Eric revolcándose en la pequeña fosa de arena. La habían construido para que jugase a sus anchas, revolcándose en la arena del mar que su abuelo, el padre de Carmen, había traído en sacos desde el pueblo. Se acercó hasta el para cogerlo entre sus brazos, y al darle la vuelta descubrió que tenía la cara completamente manchada, especialmente alrededor de su boca. Lo arrimo hasta su nariz para cerciorarse de que aquella mancha marrón no era lo que temía que fuese.

- ¡Me cago en el perro de Paquita!, ¡Me cago en su puta madre!.

No era la primera vez que el perro de Paquita se cagaba en su jardín. Pero esta vez había llegado demasiado lejos. Su hijo se había comido las heces como hacía con todo aquello que estaba a su alcance.

Juan llevó a su hijo en brazos hasta la cocina. Lo inclinó sobre el fregadero, y trató de limpiarle lo mejor que pudo. Carmen estaba completamente bloqueada. Solo reaccionó cuando Juan se disponía a utilizar el jabón de lavavajillas.

-¡Nooo!¡Con eso no!.

Juan se detuvo, y en un gesto de ira, entregó a Eric a su madre. Indignado, salió por la puerta de casa y cruzó el jardín hasta a la puerta de la cancela. Le propinó una fuerte patada, y no se preocupó por volver a cerrarla. Atravesó la calle, y anduvo un par de casas más abajo hasta la puerta de la parcela de Paquita. Abrió sin llamar al timbre, y se plantó justo en el centro del jardín, pisoteando sin piedad los geranios y las petunias que encontraba en su camino.

En esos momentos, Paquita limpiaba, rigurosamente, el comedor de su casa como cada domingo. Desde la ventana que daba al jardín avistó la llegada de Juan, y contempló atónita como este pisoteaba sus plantas. No pudo más que acercarse a la ventana sin atreverse a hacer nada. Si hubiese tenido un marido tal vez se habría atrevido a salir a decirle algo, pero desde que este murió, Leo, su pequeño Yorkshire, era el único que podía defenderle. Así que no le quedó más remedio que contemplar como sus plantas quedaban chafadas contra el suelo. Lo que no se imaginaba Paquita, era lo que iba a ver a continuación.

Juan desató el nudo de su pantalón de chándal, y en un solo movimiento, se bajó el pantalón y los calzoncillos de una. Se inclinó sobre sus rodillas y comenzó a defecar sobre la figura de un enano de barro, que el difunto marido de Paquita había traído de su viaje a Holanda. La mierda chorreaba por la mejilla de este. Mierda que, a diferencia de la de los perros, varía en forma y textura, en función de lo que uno ha estado comiendo. Cuando hubo terminado, se subió los calzoncillos y el pantalón, sin retirar los posibles restos que debían quedar en su trasero. Se incorporó y emprendió de nuevo el camino hacia su casa.

4 comentarios:

Rubén dijo...

un final con...sorpresita

Macarius dijo...

Lo primero quien es sol y sombra??? Vicente, Adrià??? ando un poco perdido.
Me decantarìa por Vicente porque ya sabìa que se le daba bien lo de escribir y este relato lo certifica.
El relato es muy burgués, muy inocente. La prosa es muy buena, incluso, algo en lo que suelo fijarme, las puntuaciones son correctìsimas. La prosa es buena y el lenguaje rico rico.
Al autor le dirìa de poner un poco màs de mala hostia en sus textos. Quizàs un poco de personajes depresivos o alcholicos. Esas cosas siempre atrapan.
De todos modos, me lo leì en un periquete y me gustò mucho como estaba escrito.

Puks dijo...

jajaja, que bueno!! el final me ha encantado. el relato esta muy bien escrito en general, de lectura fácil pero para mi gusto un poco sosico. parece como un trozo de una pelicula en la que dos sosainas progres llevan su vida perfectamente aburrida, y ahora falta la parte en la que les pasa algo que se la cambia por completo. tb destacar que es un relato muy puntillista en lo que a vocabulario y expresiones se refiere. por lo tanto el veredicto es.... alta calificación en tu estreno en el blog!! jajaja

pd: el relato es de adrià, si ves la foto de su perfil no cabe la duda.

Rael dijo...

A mi el tema 'mierda' me sobra por completo, y lo demás no está mal, auqnue con un poco más de sal hubiese estado mejor. (o un sonnifero)