lunes, 30 de agosto de 2010

Bunbury nos muestra a Enrique


Antes de nada espero abrir aquí la brecha para que me deis envidia por aquí y comenteis algunas de las historias del veranito que seguro habrá muchas. A continuación os dejo mi crítica del último disco de Bunbury, no sin antes avisaros que, a pesar de la calidad de este trabajo, el que no conozca su carrera en solitario debería empezar por escuchar otros discos como "Flamingos" o "Hellville Deluxe":


El último disco de Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy, conocido como Enrique Bunbury, es su trabajo más íntimo, personal, reposado y oscuro. Parco en instrumentación (que no en número de instrumentos utilizados) ahonda en algunos de los sentimientos humanos más recónditos. Ostensiblemente las letras tratan el desamor y la incomunicación. Homogéneo en sus canciones y a su vez distinto a todos sus trabajos anteriores. Crudo, se asemeja al estilo directo de Cash, Dylan o Cave. Acompañado de una banda de músicos espectaculares, una muy sólida formación que ya le acompañó en Helville Deluxe (2008) y su posterior gira. Cuenta también con unas colaboraciones de lujo, entre las que cabe destacar la voz deliciosa de Miren Iza (Tulsa) en ‘Frente a Frente’ y los arreglos de cuerda de Ana Belén Estaje. Un soberbio trabajo por el que Bunbury no será recordado y con temas que raramente se convertirán en hits. Harto recomendable escucharlo con los cascos puestos, saboreando las letras y los acertados arreglos.
Nota: 8,5

P.D.: desde Cork se os echó de menos...

jueves, 5 de agosto de 2010

Otra entradita: esta es para los de Martin

Os pongo el capítulo de Tyrion de Danza de Dragones que el maldito barba-amarilla ha puesto en su blog, pero traducido por si alguien se lo quiere leer.

TYRION

Bebió todo el camino a través del Mar Angosto.

El barco era pequeño y su cabina aún más, y el capitán no le dejaba subir a cubierta. El balanceo de la madera bajo sus pies le provocaba arcadas, y la espantosa comida que le servían tenía incluso peor sabor cuando le volvía a subir a la garganta. Además, ¿para qué necesitaba carne salada, queso duro y pan amasado con gusanos cuando tenía vino para alimentarse? Era rojo y avinagrado, muy fuerte. A veces también le daba arcadas, pero siempre había más.

-El mundo está lleno de vino-, refunfuñaba en la oscuridad de la cabina. Su padre nunca había tolerado a los borrachos, ¿pero qué importaba? Su padre estaba muerto. Tyrion lo sabía; él lo había matado. “Una flecha en el vientre, mi señor, y todo para ti. Si hubiese sido mejor con la ballesta, te la habría metido a través de la polla con la que me hiciste, maldito bastardo.”

Bajo cubierta nunca era de día ni de noche. Tyrion medía el tiempo por las idas y venidas del chico que le traía la comida que él no comía. El chico siempre traía un cubo y un cepillo, para limpiar.

-¿Esto es vino dorniano? -le preguntó Tyrion una vez, mientras sacaba el tapón de un odre-. Me recuerda a cierta serpiente que conocí. Un compañero curioso, hasta que una montaña le cayó encima.

El chico no respondió. Era feo, aunque no tanto como cierto enano con media nariz y una cicatriz del ojo hasta la barbilla.

-¿Te he ofendido? -le preguntó al muchacho hosco y silencioso mientras frotaba el suelo-. ¿Te han ordenado que no me hables? ¿O es que algún enano estafó a tu madre?

Tampoco hubo respuesta. “Esto es inútil”, Tyrion lo sabía, pero tenía que hablar con alguien o se volvería loco, así que insistió.

-¿A dónde navegamos? ¿Se trata de Braavos? ¿Tyrosh? ¿Myr? -Tyrion hubiese preferido Dorne. “Myrcella es mayor que Tommen, según las leyes de Dorne el Trono de Hierro le pertenece. La ayudaré a reclamar su derecho, como el Príncipe Oberyn sugirió”.

Oberyn estaba muerto, sin embargo, su cabeza convertida en una ruina sangrienta por el guantelete de Ser Gregor Clegane. Y sin la Víbora Roja para insistirle, ¿llegaría Doran Martell a considerar una idea tan arriesgada? “En vez de eso, podría encadenarme y llevarme de vuelta con mi querida hermana.” El Muro sería más seguro. El Viejo Oso Mormont había dicho que la Guardia de la Noche necesitaba hombres como Tyrion. “Mormont puede estar muerto, sin embargo. Puede que Slynt sea ahora el Lord Comandante”. Ese hijo de un carnicero no habría olvidado quién lo envió al Muro. ¿Quiero pasarme el resto de mi vida comiendo carne salada y gachas con asesinos y ladrones?” Aunque el resto de su vida no sería muy largo. Janos Slynt se encargaría de eso.

El chico mojó el cepillo y restregó con fuerza.

-¿Has visitado las casas de placer de Lys? -le preguntó el enano-. ¿Puede ser donde van las putas? -Tyrion no conseguía recordar la palabra valyriana para “puta”, y en todo caso ya era demasiado tarde. El chico lanzó el cepillo al cubo y se marchó.

“El vino me ha embotado los sentidos”. Había aprendido a leer Alto Valyriano en las rodillas de su maestre, aunque lo que hablaban en las Nueve Ciudades Libres... bien, no era tanto un dialecto como nueve dialectos en camino de convertirse en lenguas distintas. Tyrion sabía algo de Braavosi y tenía nociones de Myriano. En Tyroshi era capaz de maldecir a los dioses, llamar tramposo a un hombre y pedir una cerveza, gracias a un mercenario que conoció en Roca Casterly. “Al menos en Dorne hablan la Lengua Común”. Como la comida dorniana y la ley dorniana, el habla dorniana estaba especiada con los aromas del Rhoyne, pero uno podía entenderla. “Done, sí, prefiero Dorne.” Anadeó hasta el camastro agarrando ese pensamiento como una niña a su muñeca.

El sueño nunca llegaba fácilmente a Tyrion Lannister. A bordo de ese barco rara vez llegaba, aunque de vez en cuando conseguía beber bastante vino para perder el sentido un rato. Al menos no soñaba. Ya había soñado bastante para una vida corta. “Y vaya estupideces: amor, justicia, amistad, gloria. Tan útil como soñar con ser alto.” No podría conseguir nada de eso, lo sabía. Pero no sabía a dónde van las putas.

-Al lugar de donde vienen las putas-, había dicho su padre. “Sus últimas palabras, y vaya palabras”. El arco silbó, lord Tywin se volvió a sentar, y Tyrion Lannister se encontró anadeando a través de la oscuridad con Varys a su lado. Debía haber entrado por el hueco otra vez, dos cientos treinta peldaños hasta donde ascuas naranjas brillaban en la boca de un dragón de piedra. No se acordaba de nada. Sólo del sonido del arco, y el hedor de los intestinos de su padre al soltarse. “Incluso muriendo, encontró una manera de cagarse en mí”.

Varys lo había guiado a través de los túneles, pero no hablaron hasta que salieron al lado del Aguasnegras, donde Tyrion había conseguido una célebre victoria y perdido una nariz. Entonces el enano se giró hacia el eunuco y le dijo:

-He matado a mi padre.

Con el mismo tono con el que un hombre podría decir, ”Me he dado un golpe en el dedo”. El maestro de los susurros vestía como un hermano pordiosero, ropa apolillada de tela basta con una cogulla que ensombrecía sus gordas mejillas lisas y su cabeza redonda y calva.

-No deberíais haber subido por esa escalera-, le reprochó.

-Adonde van las putas. -Tyrion le advirtió a su padre que no dijese esa palabra. “Si no hubiese disparado, se habría dado cuenta de que mis amenazas eran vacías. Me habría arrancado el arco de las manos, como una vez me arrancó a Tysha de entre los brazos. Ya se levantaba cuando lo maté.”

-También he matado a Shae- le confesó a Varys.

-Ya sabíais lo que era.

-Sí. Pero no sabía lo que era él.

Varys titubeó.

-Y ahora lo sabéis.

“También tendría que haber matado al eunuco”. Un poco más de sangre en las manos, ¿qué hubiese importado? No sabía qué había detenido su daga. No la gratitud. Varys lo había salvado de la espada del verdugo, pero sólo porque Jaime lo había obligado. “Jaime... no, mejor no pensar en Jaime.”

En vez de eso encontró un odre de vino, y lo chupó como si fuesen la teta de una mujer. El vino amargo cayó sobre su barbilla y le empapó la túnica sucia, la misma que llevaba en la celda. Chupó hasta que se acabó el vino. El suelo se mecía bajo sus pies, y cuando intentó levantarse se movió de lado y lo lanzó contra un mamparo. “Una tormenta” supuso, “o estoy más borracho de lo que creo”. El vino le dio arcadas y se estuvo así un rato, planteándose si la nave se hundiría.

“¿Es tu venganza, Padre? El Padre de Arriba te ha convertido en su Mano?”

-Es el precio de matar a un familiar- dijo mientras el viento aullaba en el exterior. No parecía justo ahogar al chico y al capitán y al resto de la tripulación por algo que no habían hecho, ¿pero desde cuándo los dioses eran justos? Y de nuevo pensando en eso, la oscuridad lo engulló.

Cuando pudo moverse de nuevo, la cabeza parecía arderle y el barco giraba en círculos mareantes, aunque el capitán insistía en que habían llegado a puerto. Tyrion le pidió que se estuviese quieto, y pataleó débilmente mientras un marinero enorme y calvo lo levantaba bajo un brazo y lo llevaba, retorciéndose, hasta la bodega, donde lo esperaba un barril de vino vacío. Era un barril pequeño y rechoncho, ajustado hasta para un enano. Tyrion forcejeó, pero no sirvió de nada. Acabó dentro del barril, la cabeza primero, con las rodillas apretadas contra sus orejas. El agujero que era su nariz le dolía horriblemente, pero tenía los brazos tan apretados que no llegaba a rascarse. “Un palanquín hecho para un hombre de mi estatura”, pensó mientras amartillaban la tapa y lo cargaban. Oyó gritos mientras lo sacaban. Cada movimiento hacía que su cabeza golpease contra el fondo del barril. El mundo giró y giró mientras el barril rodaba hacia abajo, luego se paró con un súbito choque que casi le hizo gritar. Otro barril golpeó contra el suyo, y Tyrion se mordió la lengua.

Fue el viaje más largo de su vida, aunque seguramente no duró más de media hora. Lo subieron y bajaron, lo giraron y apilaron, lo dejaron hacia arriba y hacia abajo y luego lo giraron de nuevo. A través de las barras de madera oía hombres gritando, y una vez un caballo relinchando cerca. Las piernas atrofiadas empezaron a dolerle, y pronto dolían tanto que olvidó el martilleo en la cabeza.

Acabó como había empezado, con otro empujón que lo dejó mareado y más atontado. Voces extranjeras hablaban fuera en una lengua que no conocía. Alguien empezó a martillear en lo alto del barril y la tapa se partió de repente. La luz inundó el barril, y luego el aire frío. Tyrion jadeó ansiosamente e intentó levantare, pero sólo consiguió tumbar el barril de lado y derramarse sobre un suelo de tierra compacta.

Sobre él se levantaba un grotesco hombre gordo con una barba amarilla partida en dos, sosteniendo un mazo de madera y un cincel de hierro. Sus ropas eran lo bastante grandes para servir de pabellón de un torneo, pero el cinturón se le había desatado, exponiendo un vientre enorme y un par de tetas pesadas que caían como sacos de sebo cubiertos de grueso vello amarillo. A Tyrion le recordó a una foca marina muerta que una vez acabó en las cavernas bajo Roca Casterly.

El hombre gordo miró hacia abajo y sonrió.

-Un enano borracho- dijo en la Lengua Común de Poniente.

-Una foca marina putrefacta-. La boca de Tyrion estaba llena de sangre. La escupió a los pies del hombre gordo. Estaban en una bodega oscura y larga con bóvedas en el techo, las paredes manchadas de nitre. Barriles de cerveza y vino los rodeaban, bebida más que suficiente para mantener a un enano sediento durante las noches. “O durante una vida.”

-Eres insolente. Me gusta eso en un enano. -Cuando el hombre gordo rió, sus carnes se balancearon tan fuerte que Tyrion temió que se cayese y lo aplastase-. ¿Tienes hambre, mi pequeño amigo? ¿Estás cansado?

-Sediento. -Tyrion se arrodilló penosamente-. Y sucio.

El hombre gordo olfateó.

- Un baño primero, eso sí. Luego comida y una cama blanda, ¿sí? Mis sirvientes se ocuparán de eso-. Su anfitrión dejó la maza y el cincel. -Mi casa es tuya. Y un amigo de mi amigo de más allá del agua es un amigo de Illyrio Mopatis, sí.

“Y cualquier amigo de Varys la Araña es alguien en quien confiaré hasta que pueda largarme.”

El hombre gordo cumplió su promesa del baño, al menos... aunque tan pronto como Tyrion se hundió en el agua caliente y cerró los ojos cayó dormido.

Se despertó desnudo en un cama rellena de plumas de oca tan suave y profunda que se sintió como si una nube lo acunara. Tenía la garganta áspera y sentía la lengua como si le creciesen pelos, pero tenía la polla tan dura como una barra de hierro. Rodó de la cama, encontró un orinal y empezó a llenarlo con un gemido de placer.

La habitación estaba oscura, pero había rendijas de luz del sol asomando a través de las tablillas de las contraventanas. Tyrion sacudió las últimas gotas y anadeó sobre alfombras Myrianas tan blandas como hierba reciente de primavera. Torpemente trepó al escalón de la ventana y empujó las contraventanas para ver adónde Varys y los dioses lo habían enviado.

Bajo la ventana seis cerezos permanecían como centinelas alrededor de un estanque de mármol, sus ramas esbeltas desnudas y marrones. Un chico desnudo permanecía en el estanque, preparado para un duelo con una espada bravoosi en la mano. Era pequeño, y guapo, no tenía más de dieciséis años, con pelo rubio y liso que le rozaba los hombros. Parecía tan lleno de vida que el enano tardó largo rato en darse cuenta de que estaba hecho de mármol pintado, aunque la espada brillaba como acero real.

De un extremo a otro del estanque había un muro de ladrillos de 4 metros de alto, con picas de hierro a lo alto. Detrás estaba la ciudad. Un mar de tejados se amontonaban alrededor de una bahía. Tyrion vio torres cuadradas de ladrillo, un gran templo rojo, una mansión lejana sobre una colina. A lo lejos resplandecían los rayos de sol sobre el mar abierto. Botes pesqueros se movían a través de la bahía, las velas tensándose con el viento, y pudo ver mástiles de barcos mayores apretándose a lo largo del puerto de la bahía. “Seguro que alguno va hacia Dorne, o hacia Guardiaoriente del Mar.” Pero no tenía medios para pagar el pasaje, ni podía ponerse a remar. “Supongo que podría contratarme como chico de cabina y ganarme el viaje dejando que la tripulación me follase a través del Mar Angosto.” Se preguntó dónde estaba. “Incluso el aire huele diferente aquí.” Especias extrañas perfumaban el aire fresco de otoño, y podía oír débiles gritos más allá del muro, de las calles que había cerca. Se parecía un poco al valyriano, pero no reconocía más de una palabra de cada cinco. “No es Braavos”, decidió, “ni Tyrosh.” Las ramas peladas y el frío en el aire decían que tampoco Lys ni Myr ni Volantis.

Cuando oyó la puerta abriéndose bajo él, Tyrion se giró para enfrentarse a su gordo anfitrión.

-Esto es Pentos, ¿verdad?

-Eso mismo. ¿Qué sino?

Pentos. Bien, al menos no era Desembarco del Rey.

-¿A dónde van las putas? -se oyó a sí mismo preguntar.

-Las putas aquí están en los burdeles, igual que en Poniente. No tendrás necesidad de eso, mi pequeño amigo. Escoge entre mis criadas. Ninguna se atreverá a rechazarte.

-¿Esclavas? -preguntó el enano, mordaz.

El hombre gordo se mesó una de las puntas de su barba amarilla y aceitosa, un gesto que Tyrion encontró marcadamente obsceno.

-La esclavitud está prohibida en Pentos, según los términos del tratado que los Braavosi nos impusieron hace un siglo. Sin embargo, no te rechazarán. -Illyrio le hizo una media reverencia-. Pero ahora mi pequeño amigo tiene que perdonarme. Tengo el honor de ser magíster de esta gran ciudad, y el príncipe nos ha convocado a una reunión. -Sonrió, mostrando una boca llena de dientes torcidos amarillos-. Puedes explorar la mansión y los subterráneos, pero no salgas más allá de estos muros. Es mejor que ningún hombre sepa que estuviste aquí.

-¿Estuve? ¿Me he ido a algún lugar?

-Tendremos tiempo de hablar de eso esta noche. Mi pequeño amigo y yo comeremos y beberemos y haremos grandes planes, ¿sí?

-Sí, mi gordo amigo -replicó Tyrion. “Quiere usarme para su propio beneficio”. Siempre se trataba de beneficios con los príncipes mercaderes de las Ciudades Libres. “Soldados de las especias y señores del queso”, los llamaba su padre con desdén. Si llegaba el día en que Illyrio Mopatis veía mayores beneficios en un enano muerto que en uno vivo, Tyrion se encontraría metido en otro barril al anochecer. “Sería mejor si me marchase antes de que llegue ese día” Que el día llegaría no lo dudaba; Cersei no era de las que olvidaban, y hasta Jaime podría haberse enfadado al encontrar una flecha en el vientre de Padre.

Un viento ligero ondeaba las aguas del estanque alrededor del espadachín desnudo. Le recordó cómo Tysha se acariciaba el cabello durante la falsa primavera de su boda, antes de que ayudase a los hombres de su padre a violarla. Había estado pensando en esos hombres durante su huida, intentando recordar cuántos hubo. Uno creería que debía recordarlo, pero no. ¿Una docena? ¿Una veintena? ¿Un centenar? No podía decirlo. Todos hombres mayores, altos y fuertes... aunque todos los hombres eran altos para un enano de trece años. “Tysha sabe cuántos eran”. Cada uno de ellos le había dado un venado de plata, así que sólo necesitaba contar las monedas. “Una de plata por cada uno de ellos y una de oro por mí.” Su padre había insistido en que él también pagase. “Un Lannister siempre paga sus deudas.”

-A donde van las putas- oyó decir a Lord Tywin una vez más, y una vez más la cuerda del arco silbó.

El magíster lo había invitado a explorar la mansión. Encontró ropas limpias en un baúl de cedro con incrustaciones de lapislázuli y madreperla. Mientras luchaba por ponérselas se dio cuenta de que habían sido tejidas para un niño pequeño. Su factura era lo bastante rica, aunque estaban algo rancias, pero el corte era demasiado largo de las piernas y demasiado corto de los brazos, con un cuello que le habría puesto la cara tan negra como la de Joffrey si de alguna manera no lo hubiese abierto. Al menos no apestaban a vómito.

Tyrion empezó su exploración por la cocina, donde dos mujeres gordas y un pinche lo miraron mansamente mientras cogía queso, pan e higos.

-Buenos días, encantadoras mujeres -dijo con una reverencia-. ¿Sabéis por casualidad a dónde van las putas?

Cuando no respondieron, repitió la pregunta en Alto Valyriano, aunque tuvo que decir cortesana en vez de puta. La más joven y más gorda de las cocineras se encogió de hombros.

Se planteó qué harían si las cogía de la mano y las arrastraba hasta su cama. “Ninguna te rechazará”, había alegado Illyrion, pero de algún modo Tyrion no creía que se refiriese a estas dos. La más joven era lo bastante vieja para ser su madre, y la mayor era seguramente la madre de la otra. Ambas estaban casi tan gordas como Illyrio, con tetas mayores que su cabeza. “Podría ahogarme en carne”, reflexionó. Había formas peores de morir. Como había muerto su padre, por ejemplo. “Tendría que haberle hecho cagar un poco de oro antes de expirar.” Lord Tywin había sido tacaño con su afecto y aprobación, pero siempre había sido generoso a manos llenas con el oro. “Lo único más triste que un enano sin nariz es un enano sin nariz que no tiene oro”.

Tyrion dejó a la mujer gorda con sus barras de pan y sus ollas y fue en busca de la bodega donde Illyrio lo había recibido la noche anterior. No fue difícil de encontrar. Había bastante vino para mantenerlo borracho durante cien años; dulces vinos de la marca y vinos fuertes de Dorne, pálidos Pentoshi de tono ámbar, el néctar verde de Myr, tres veintenas de barriles del oro de Arbor, incluso vinos del fabuloso este, de Meeren y Qart y Asshai de la Sombra. Al final, Tyrion se decidió por un barril de vino fuerte marcado como la cosecha privada de Lord Runceford Redwyne, el abuelo del actual Lord de Arbor. Su gusto era potente y fuerte en la lengua, el color un morado tan oscuro que incluso parecía negro en la oscura bodega. Tyrion llenó una copa, con una medida generosa, y lo llevó arriba, a los jardines, para beber bajo los cerezos que había visto.

Sin embargo, salió por la puerta equivocada y no pudo encontrar el estanque que había espiado desde la ventana, pero no importó. Los jardines detrás de la mansión eran igual de agradables, y mucho mayores. Vagó durante un rato por ellos, bebiendo. Los muros habrían avergonzado a un castillo de verdad, y las picas de hierro ornamentales que había a lo alto parecían extrañamente desnudas sin cabezas que las adornasen. Tyrion se imaginó cómo quedaría la cabeza de su hermana ahí arriba, con alquitrán en el pelo dorado y moscas entrando y saliendo de su boca. “Sí, y Jaime tendría que poner su pica detrás”, decidió. “Nadie debe interponerse entre mi hermana y mi hermano.”

Con una cuerda y unas picas podría pasar sobre el muro. Tenía los brazos fuertes y no pesaba mucho. Con una cuerda podría alcanzar las picas y encaramarse por encima. “Buscaré una cuerda por la mañana”, decidió.

Vio tres puertas durante sus vagabundeos; la entrada principal con su garita, una casita para los perros y la puerta de un jardín oculta tras una maraña de hiedra. La última estaba cerrada con una cadena, las otras dos, guardadas. Los guardias eran regordetes, sus rostros lisos como el culo de un bebé, y cada hombre llevaba un casco con una pica de bronce. Tyrion reconocía a los eunucos cuando los veía. Conocía a los de su tipo por su reputación. No temían nada y no sentían dolor, se decía, y eran leales a sus amos hasta la muerte. “Podía utilizar a unos cuantos centenares de los míos”, pensó Tyrion. “Lástima que no lo pensase antes de convertirme en un mendigo.”

Caminó a lo largo de una galería con columnas y a través de un arco puntiagudo, y se encontró en un patio embaldosado donde una mujer lavaba unas ropas en un pozo. Parecía de su misma edad, con el pelo rojo corto y un rostro claro salpicado de pecas.

-¿Te apetece un poco de vino? -le preguntó. Lo miró insegura. -No tengo copa para ti, tendremos que compartirlo. -La lavandera volvió a escurrir túnicas y colgarlas para que se secasen. Tyrion se sentó en un banco de piedra con su odre de vino. -Dime, ¿hasta qué punto puedo confiar en el magíster Illyrio? -El nombre la hizo levantar la cabeza-. ¿Tanto? -Riéndose, se cruzó de piernas y dio otro trago-. Soy difícil de usar sea cual sea la parte que el quesero tiene en mente para mi, ¿pero cómo puedo rechazarlo? Las puertas están guardadas. Tal vez tú podrías sacarme a escondidas bajo tus faldas? Te estaría tan agradecida, vaya, hasta me casaría contigo. Ya tengo dos esposas, ¿por qué no tres? Ah, ¿pero dónde viviríamos? -Le dedicó una sonrisa tan agradable como podía un enano sin nariz. -Tengo una sobrina en Lanza del Sol, ¿te lo he dicho? Podría organizar más de una travesura en Dorne con Myrcella. Podría enzarzar a mi sobrina y mi sobrino en una guerra, ¿no sería eso divertido? -La lavandera tendió una de las túnicas de Illyrio, lo bastante grande para usarla como una vela.- Debería avergonzarme de tener esos pensamientos malvados, tienes razón. Mejor si voy hacia el Muro. Todos los crímenes se limpian cuando un hombre se une a la Guardia de la Noche, dicen. Aunque me temo que no me permitirían conservarte, preciosa. Ninguna mujer en la Guardia, no dulces mujeres pecosas para calentarte la cama por la noche, sólo vientos fríos, bacalao salado y poca cerveza. ¿Crees que pareceré más alto de negro, mi señora? -Se volvió a llenar la copa-. ¿Qué dices? ¿Norte o sur? ¿Debo compensar viejos pecados o cometer algunos nuevos?

La lavandera le dirigió una última mirada, cogió su cesta y se fue. “Parece que no puedo mantener una esposa por mucho tiempo”, pensó Tyrion. De alguna forma, su odre se había quedado seco. “Tal vez debería tropezar de nuevo con esa bodega.” El vino fuerte estaba haciendo que su cabeza girase, sin embargo, y las escaleras hacia la bodega estaban muy lejos.

-¿A dónde van las putas? -le preguntó a la ropa tendida en línea. Tal vez debería habérselo preguntado a la lavandera. “No quiero decir que seas una puta, preciosa, pero tal vez sabes a dónde van.” O aún mejor, tendría que habérselo preguntado a su padre.

-A donde sean que vayan las putas- había dicho Lord Tywin. “Me quería. Era la hija de un granjero, me quería y se casó conmigo, confió en mí.” El odre vacío se le escapó de las manos y rodó por el patio.

Haciendo una mueca, Tyrion saltó del banco y fue a recogerlo, pero mientras lo hacía vio algunas setas que crecían en una grieta entre las baldosas del suelo. Eran de un blanco pálido, con motas, y ribetes rojos tan oscuros como la sangre bajo la cabeza. El enano arrancó una y la olió. Deliciosas, pensó, o letales. ¿Pero cuál? ¿Por qué no ambas? No era un hombre lo bastante valiente para clavarse acero frío en el vientre, pero un mordisco de una seta no era tan difícil. Había siete de esas setas, vio. Tal vez los dioses intentaban decirle algo. Las cogió todas, destendió un guante, las envolvió con cuidado y se las metió en el bolsillo. El esfuerzo lo dejó mareado, sin embargo, así que luego anadeó de nuevo hasta el banco, se hizo un ovillo y cerró los ojos.

Cuando se despertó de nuevo, estaba de vuelta en su habitación, ahogándose en el lecho de plumas de ganso mientras una chica rubia lo sacudía por el hombre.

-Mi señor -le dijo-, el baño está preparado. El magíster Illyrio os espera en su mesa en una hora.

Tyrion se recostó contra las almohadas con la cabeza entre las manos.

-¿Sigo soñando, o hablas la Lengua Común?

-Sí, mi señor. Me han traído para satisfacer al rey. -Tenía los ojos azules y era rubia, joven y esbelta.

-Seguro que sí. Necesito una copa de vino.

Ella se lo sirvió.

-El Magíster Illyrio dice que debo rascaros la espalda y calentar vuestra cama. Mi nombre-....

-No me interesa. ¿Sabes adónde van las putas?

Ella enrojeció.

-Las putas a sí mismas se venden por dinero.

-O joyas, o vestidos, o castillos. ¿Pero adónde van?

La joven no entendió la pregunta.

-¿Es un acertijo, mi señor? No se me dan bien. ¿Me diréis la respuesta?

“No”, pensó. “Yo también detesto los acertijos”.

-No te diré nada. Hazme el mismo favor. -“La única parte de ti que me interesa es la que está entre tus piernas”, iba a decirle. Tenía las palabras en la boca, pero por algún motivo no atravesaron sus labios. “No es Sahe”, se dijo el enano a sí mismo, “sólo alguna pequeña idiota que cree que juego a las adivinanzas”. De hecho, ni siquiera su coño le interesaba demasiado. “Debo de estar enfermo, o muerto”. -¿Has mencionado un baño? Muéstramelo. No debemos hacer esperar al quesero.

Mientras se bañaba, la chica le lavó los pies, le frotó la espalda y le peinó el cabello. Luego lo untó las pantorrillas con una pomada aromática para mitigarle el dolor, y lo vistió otra vez con ropa de niño, unos pantalones color burdeos y un vestido azul con rayas de hilo de oro.

-¿Me necesitará mi señor después de comer? -le preguntó mientras le ataba las botas.

-No. Ya he acabado con las mujeres-. Putas.

La chica se tomó la decepción demasiado bien para su gusto.

-Si mi señor prefiere un chico, puedo tener uno esperando en el lecho.

Mi señor preferiría a su esposa. Mi señor preferiría a una chica llamada Tysha.

-Sólo si sabe adónde van las putas.

La boca de la chica se atirantó. “Me desprecia”, se dio cuenta, “pero no más de lo que yo me desprecio a mí mismo”. Tyrion Lannister no dudaba de que se había follado a muchas mujeres que detestaban siquiera verlo, pero las otras al menos tenían la cortesía de fingir afecto. Un poco de odio honesto podía ser refrescante, como un vino agrio tras demasiado dulce.

-Creo que he cambiado de idea -le dijo-. Espérame en la cama. Desnuda, por favor. Espero estar demasiado borracho para hurgar entre tus ropas. Mantén la boca cerrada y los muslos abiertos y los dos nos llevaremos perfectamente. -Le dirigió una mirada lasciva, esperando algo de temor, pero todo lo que vio fue repulsión. “Nadie teme a un enano.”Ni siquiera Lord Tywin había tenido miedo, pese a que Tyrion sostenía un arco entre las manos. -¿Gimes mientras te están follando? -le preguntó a la calientalechos.

-Si mi señor lo desea.

-Tu señor podría desear estrangularte. Así es como utilicé a mi última puta. ¿Crees que tu amo protestaría? Seguro que no. Tiene a un centenar más como tú, pero a nadie más como yo. -Esta vez, cuando ella sonrió, Tyrion obtuvo el miedo que quería.

Illyrion estaba recostado en un diván acolchado, tragando pimientos picantes y cebollas de un cuenco de madera. Tenía la frente perlada de gotas de sudor, los ojos de cerca brillando sobre las gordas mejillas. Las joyas danzaban cuando movía las manos: ónice y ópalo, ojo de tigre y turmalina, rubí, amatista, zafiro, esmeralda, azabache y jade, un diamante negro y una perla verde. “Yo podría vivir durante años de sus anillos”, pensó Tyrion, “aunque necesitaría una cuchilla para cogerlos”.

-Acércate y siéntate, mi pequeño amigo -Illyrio le hizo gestos para que se acercase.

El enano se encaramó a una silla. Era demasiado grande para él, un trono con almohadones preparado para acomodar las enormes nalgas del magíster, con patas gruesas y sólidas para sostener su peso. Tyrion Lannister había vivido toda la vida en un mundo que era demasiado grande para él, pero en la mansión de Illyrio Mopatis el sentido de la desproporción alcanzaba dimensiones grotescas. “Soy un ratón en la guarida de un mamut”, se planteó, “pero al menos el mamut tiene una buena bodega”. El pensamiento le hizo tener sed. Pidió vino

-¿Habéis disfrutado de la chica que os envié? -preguntó Illyrio.

-Si hubiese querido una chica os habría pedido una. Me falta la nariz, no la lengua.

-Si no ha podido complaceros...

-Ha hecho todo lo que le he pedido

-Eso espero. Fue entrenada en Lys, donde han hecho un arte del amor. Y habla vuestra Lengua Común. El rey la disfrutó enormemente.

-Yo mato reyes, ¿no lo habéis oído? -Tyrion sonrió malvadamente sobre su copa de vino-. No quiero los restos reales.

-Como deseéis. Comamos. -Illyrio aplaudió y unos criados llegaron corriendo.

Empezaron con un caldo de cangrejo y rape, y sopa fría de huevo y lima. Luego llegaron codornices con miel, espalda de cordero, hígados de oca bañados en vino chirivías de mantequilla y cerdo en su jugo. Ver todos esos platos hizo que Tyrion se sintiese mareado, pero se obligó a probar una cucharada de sopa por mera educación, y tras probarla ya estuvo perdido. Las cocineras podían ser viejas y gordas, pero sabían hacer su trabajo. Nunca había comido tan bien, ni siquiera en la corte.

Mientras sorbía la médula de los huesos de una codorniz, le preguntó a Illyrio por las citas que había atendido por la mañana. El hombre gordo se encogió de hombros.

-Hay problemas en el este. Astapor ha caído, y Meereen. Ciudades de esclavos ghiscarias que ya eran viejas cuando el mundo era joven.

El cerdo en su jugo estaba trinchado. Illyrio cogió unos cuantos chicharrones, los hundió en salsa de ciruela y los comió con los dedos.

-La Bahía de los Esclavos está a un largo camino de Pentos -dijo Tyrion mientras pinchaba un hígado de oca con el cuchillo. “No hay ningún hombre tan maldito como el que mata a los de su sangre”, se recordó a sí mismo, sonriendo.

-Así es -asintió Illyrio-, pero el mundo es una gran telaraña, y ningún hombre puede tocar una sola hebra sin hacer que las otras tiemblen-. Volvió a dar palmadas-. Vamos, comed.

Los criados trajeron una garza rellena de higos, chuletas de ternera blanqueadas con leche de almendras, arenques de color crema, cebollas caramelizadas, quesos de olor nauseabundo, platos de caracoles y pan dulce, y un cisne negro aún con plumas. Tyrion rechazó el faisán, que le recordaba a una cena con su hermana. Se sirvió garza y arenques, sin embargo, y unas pocas cebollas caramelizadas. Y los criados le llenaban la copa cada vez que la vaciaba.

-Bebéis mucho vino para ser un hombre tan pequeño.

-Matar a los de tu propia sangre es un trabajo árido. Le provoca a uno sed.

Los ojos del hombre gordo relucieron como las gemas de sus dedos.

-Algunos en Poniente dirían que matar a Lord Lannister fue simplemente un buen comienzo.

-Mejor que no lo digan donde mi hermana pueda oírlo, o perderán la lengua. -El enano partió una barra de pan por la mitad-. Y vos mejor que tengáis cuidado con lo que decís de mi familia, magister. Haya matado a los de mi sangre o no, aún soy un león.

Eso pareció divertir al señor del queso sin límite. Se palmeó un muslo carnoso y dijo:

-Todos los de Poniente sois iguales. Bordáis una bestia en un pedazo de seda, y de repente sois leones o dragones o águilas. Puedo llevaros hasta un león de verdad, mi pequeño amigo. El príncipe está muy orgulloso de su zoo. ¿Os gustaría compartir jaula con él?

“Los Lores de los Siete Reinos hacen demasiado caso de sus emblemas”, tuvo que admitir Tyrion.

-Muy bien -admitió-. Un Lannister no es un león. Sin embargo aún soy el hijo de mi padre, y a Jaime y a Cersei los mataré yo.

-Qué extraño que mencionéis a vuestra rubia hermana -dijo Illyrio, entre caracol y caracol-. La reina ha ofrecido un título al hombre que le lleve vuestra cabeza, no importa lo bajo que sea su nacimiento.

No era menos de lo que Tyrion había esperado.

-Si esperáis ocuparlo, haced también que ella se os abra de piernas. Mi mejor parte a cambio de su mejor parte, eso es un trato justo.

-Preferiría mi propio peso en oro-. El quesero se rió tan fuerte que Tyrion tuvo miedo de que se rompiese e inundase a su invitado en anguilas y dulces a medio digerir-. Todo el oro de Roca Casterly, ¿por qué no?

-El oro os lo garantizo -dijo Tyrion-, pero la Roca es mía.

-Eso mismo-. El magíster se cubrió la boca y lanzó un fuerte eructo-. ¿Creéis que el Rey Stannis os la dará? Me han dicho que es un hombre de ley. Podría concederos Roca Casterly, ¿no es así? Vuestro hermano lleva la capa blanca, así que según las leyes de Poniente sois el heredero de vuestro padre.

-Stannis podría concederme la Roca -admitió Tyrion-, pero también está ese pequeño asunto de regicidio y matar a mi sobrino. Por eso me rebajaría la altura en una cabeza, y ya soy lo bastante bajo ahora. ¿Pero por qué pensáis que me uniría a Lord Stannis?

-¿Por qué otra razón iríais al Muro?

-¿Stannis está en el Muro? -Tyrion se rascó la nariz-. ¿Qué demonios está haciendo Stannis en el Muro?

-Tiritar. Eso creo. Dorne es más cálido. Tal vez debería haber navegado por ese camino.

Tyrion empezó a sospechar que cierta lavandera pecosa sabía más de la Lengua Común de lo que fingía.

-Resulta que mi sobrina Myrcella está en Dorne. Y tengo a medio pensar un plan para convertirla en reina.

Illyrio sonrió mientras sus criados llenaban tazones de cerezas negras con crema para ambos.

-¿Qué os ha hecho esa pobre niña, para que deseéis su muerte?

-Ni siquiera el que mata a alguien de su sangre tiene que matar a toda su familia -dijo Tyrion, molesto-. Coronarla, he dicho. No matarla.

El quesero comió unas cerezas con su cuchara.

-En Volantis utilizan una moneda con una corona en una cara y la cabeza de la muerte en la otra. Pero es la misma moneda. Coronarla es matarla. Puede que Dorne se alce por Myrcella, pero Dorne solo no es suficiente. Si sois tan listo como nuestro amigo insiste, lo sabéis.

Tyrion miró al gordo con renovado interés. “Tiene razón en ambas cosas. Coronarla es matarla. Y lo sé.”

-Sólo me quedan gestos inútiles. Éste haría que mi hermana derramase lágrimas amargas, al menos.

El magíster Illyrio se limpió la crema de la boca con el dorso de su gorda mano.

-El camino a Roca Casterly no pasa por Dorne, mi pequeño amigo. Ni corre junto al Muro. Y sin embargo existe, os lo aseguro.

-Soy un traidor confeso, un regicida y alguien que mata a los de su sangre-. La charla sobre caminos lo molestó. “¿Se cree que esto es un juego?”

-Lo que hace un rey, otro puede deshacerlo. En Pentos tenemos un príncipe, amigo. Preside las fiestas y banquetes y pasea por la ciudad en un palanquín de marfil y oro. Tres heraldos le preceden con las balanzas del comercio, la espada de hierro de la guerra, y el azote de plata de la justicia. El primer día de cada año tiene que desflorar a la doncella de los campos y a la doncella de los mares. -Illyrio se inclinó hacia adelante, los codos sobre la mesa-. Pero si perdemos una cosecha o una guerra, le cortamos la garganta para apaciguar a los dioses, y escogemos un nuevo príncipe entre las cuarenta familias.

Tyrion resopló por el agujero que era su nariz.

-Recordadme que nunca me convierta en el Príncipe de Pentos.

-¿Tan diferentes son vuestros Siete Reinos? No hay paz en Poniente, ni justicia, ni fe... pronto no habrá ni comida. Cuando los hombres mueren de hambre y están enfermos de miedo, buscan a un salvador.

-Pueden buscar, pero si lo único que encuentran es a Stannis...

-Stannis no. Ni Myrcella. Otro. -La sonrisa amarilla se ensanchó-. Otro. Más fuerte que Tommen, más suave que Stannis, con más derechos que Myrcella. Un salvador llegado de más allá del mar para vendar las heridas de Poniente.

-Bonitas palabras -Tyrion no estaba impresionado-. Pero las palabras se las lleva el viento. ¿Quién es ese maldito salvador?

-Un dragón. -El quesero miró la cara que había puesto Tyrion y se rió-. Un dragón de tres cabezas.

Y ahora... el libro

Este anuncio me ha llegado por correo de la casa del libro. Seguro que es un bestseller... con un final de mierda.


La filosofía de Lost

Cuando el vuelo 815 cae en una remota isla tropical, queda encallado en una quimera filosófica. Los sobrevivientes se organizan para protegerse de peligros surrealistas, pero insertos en un estado de naturaleza, nuestros héroes andrajosos y bronceados descubren que estaban perdidos desde mucho antes de que cayera el avión. Basta que uno se pierda alguna vez y ya nunca volverá a ser el mismo.

La isla tiene sus razones

La filosofía de Lost es una compilación de ensayos realizada por Sharon M. Kaye, en la que varios filósofos nos muestran cómo una de las series más interesantes de la televisión ilumina la condición humana y la interroga con preguntas profundas que todos necesitamos responder. Esas preguntas se refieren al hondo temor de ser arrancado de todo aquello que conocemos y amamos; a la naturaleza de lo bueno y lo malo frente a la toma de decisiones en situaciones extremas (es decir, a nuestra propia vida moral); a la fe, la razón, la voluntad libre y el autoconocimiento. La filosofía social y política se ocupa de las dificultades que surgen cuando los seres humanos intentan vivir juntos y constituir una unidad mayor a la del ser individual. La isla es un microcosmos con la dinámica que podemos observar en nuestras propias sociedades. Por eso, La filosofía de Lost es una guía para personas ávidas intelectualmente por explorar los territorios filosóficos de la exitosa serie televisiva, pero también de sus propias vidas.


Basura