El día en que iban a morir se había presentado soleado y caluroso para Rael Iglesias, Rubén Ramis y Vicente Carreño. El pasto del sol en sus caras no hacía sino reflejar aún más el desánimo que les afligía, y es que ni el más temerario de los Olivenses había hecho frente al fin de sus días sin titubeos.
El momento más melancólico llegó cuando empezaron a soñar despiertos con sus más ansiados deseos.
- Yo me la hubiera tirado – dijo Rael con toda sinceridad.
- Sin dudarlo – dijo el señor Carreño, más conocido como Tito.
- A mi me hubiera gustado reventarla por supuesto, aunque sigo pensando que Ana Rosa Quintana me daría más morbito – añadió el señor Ramis con su característico sudor cayéndole por la frente.
No pudieron evitar soltar una carcajada después de semejante comentario, aunque sin demasiado entusiasmo. El silencio se apoderó de ellos rápidamente y los pesares afloraron de nuevo. En ocasiones el pensamiento de atisbar el final de su existencia mermaba por completo la poca alegría que les quedaba. Ningún intento por relajar la tensión que existía lograba conseguir su objetivo.
Las pisadas quedaban atrás en la arena mientras los ánimos parecían restablecerse. Pasear admirando los paradisíacos paisajes olivenses siempre aumentaba la moral, incluso para el mayor de los pesimistas. Por un momento, comenzaron a sentirse aliviados después de muchos días y vieron algo de luz al final de su oscura pesadilla, la cual acabaría esa misma noche.
- Pues mira, si tiene que suceder sucederá y punto – rompió el silencio Rubén.
- Claro que sucederá, no tengas duda. Lo único que me consuela es que todos nos acompañarán al otro barrio – aseguró Rael – no creo que quede nadie.
- Quien sabe, algún topo con pasta que haya hecho un buen agujero en algún lugar gélido – dijo Tito.
- No, todos morirán. Lo han dicho bien claro – Rubén se había hecho ya a la idea: no había lugar donde esconderse. Llevaban meses diciendo que no quedaría nada después del desastre y nadie les iba a dar falsas esperanzas ahora que estaban tan cerca del precipicio. La impotencia que le creaba el no poder evitar sus pensamientos hizo surgir una rabia en su interior. El estoicismo nunca había sido su filosofía de vida y le quemaba por dentro no tener ningún control de la situación.
- Pues ¿sabéis qué? No pienso tomarme esa mierda de pastilla. Me quedaré hasta el final viendo los fuegos artificiales – dijo Rael con un tono muy inconformista. Esto acabó de encender a Rubén.
- Yo tampoco pienso tomarla. Sería como aceptar lo que quieren esos mamones mientras ellos intentan salvar su culo en sus agujeros.
- Bueno – dudó por un momento Tito – dicen que es la mejor de las drogas. El colocón que te da es superable con mucho al de la cocaína o la heroína. Además percibes todo, aceptas la muerte con felicidad y la vida se apaga lentamente sin sentir dolor o agonía alguna.
- ¡Joder Tito! – se quejó Rael – ni siquiera el día en que vas a morir dejarás de pensar en drogas. No seré yo quien se pierda los fuegos.
- Sucederá al amanecer ¿verdad? Pues os propongo algo – dijo Tito, levantando una ceja por encima de las lentes que tan pequeños le hacían los ojos – propongo hacer una mezcla explosiva: alcohol, una pastillita “finalfeliz” y…
- ¡Pitis! – interrumpió Omar apareciendo desde atrás, jadeante por no soltar el piti de su boca mientras corría para alcanzarlos.
- En realidad iba a decir “ANO”, pero pitis está bien. – añadió Tito.
- Pitis, alcohol, “finalfeliz”, fuegos artificiales… ¿cómo negarse? – se dejó convencer Omar por la aplastante lógica de sus malas influencias – Tan solo un detalle: en las noticias han dicho que mezclando el alcohol con la pastilla se ralentiza mucho el tiempo hasta que se muere. Hay científicos que dicen que con ciertas cantidades de alcohol en sangre el efecto letal de la pastilla llega a pararse por completo hasta que estas se rebajan y vuelve a activarse.
- ¡Oh! Por fin una buena noticia – los ojos de Rael se abrieron como platos – Nos emborracharemos hasta las cejas hasta que nos desmayemos del pedo. Así moriremos etílicos no sin antes haber disfrutado toda la noche del espectáculo que hará mermar esta mierda de planeta.
- Bueno – añadió Omar - es posible que nuestro hígado reviente antes de que todo eso pase debido al mejunje letal que pretendemos hacer. No seríamos los primeros…
- Ni los últimos, pero nos arriesgaremos – todos estuvieron de acuerdo con Tito.
De repente, una voz cortó bruscamente la conversación. Todos escucharon algo que no encajaba en el puzzle, y esto generó un sentimiento que les abrumó. Fue como el resurgir de un recuerdo, ya olvidado años atrás, que todos habían compartido y de nuevo aparecía para importunarlos.
- Carreño, tengo algo para ti – su voz era áspera, su piel era blanca y estaba embadurnada en pequeñas y separadas dosis de crema que le cubrían los sarpullidos que tenía en cara y calva. Lucía un espléndido bigote y unas gafas que no daban ni una ligera pista de cómo eran sus ojos.
-¿Pepe? – preguntó Tito mientras se daba la vuelta, temiendo encontrar ante él al ser que menos cabía esperar.
٭
- ¿Otra rayita? – preguntó Tamara a Patricia. El billete de cincuenta euros estaba todavía enrollado y en su nariz había marcas evidentes del atracón.
- Claro, pon dos más para las hermanas – Patricia había perdido el control.
- No chicas, muchas gracias. Debemos irnos de inmediato, pienso darme el gusto de comprarme el trapo más caro de cada tienda antes del desastre. Es algo que siempre quise hacer. – dijo María, ansiosa por empezar.
- Cada una hace lo que más desea. Las máscaras y las ataduras se pierden cuando sabemos que no hay futuro – reflexionó Patricia mientras ponía el billete en su nariz, preparada para empolvarse de nuevo.
Las hermanas se alejaban, no sin antes haberse despedido, mientras nuestras dos amigas terminaban con el tercer gramo del día. El carné de identidad de Tamara había quedado descolorido en cada borde utilizado para alinear la cocaína.
La piscina estaba repleta de niños que jugaban durante sus últimas horas de vida, aprovechando el poco tiempo que tenían para disfrutar. En realidad, eran los padres quienes aprovechaban sus últimos momentos para estar con sus críos, ya que a la gente más joven se les ocultó la verdad para evitar sufrimiento y ellos se comportaban como si fueran a ver un nuevo día.
Cuando Patricia se irguió rápidamente para que todo lo aspirado quedara alojado en su tabique nasal, no pudo evitar ver que un niño le estaba observando.
- ¿Qué haces? – preguntó el niño desconcertado. Lógicamente, no había sido habitual en su vida ver cómo la gente se ponía cocaína en medio de una piscina muy concurrida, aunque en los últimos tiempos andaba repitiéndose con bastante frecuencia este hecho.
Patricia, sin mediar palabra, desenrolló el billete de cincuenta euros y se lo ofreció al chico, el cual alzó la mano incrédulo para salir acto seguido corriendo a esconder el tesoro que había conseguido.
- ¡Si lo chupas hay sorpresa! – gritó Tamara mientras veía al chico alejarse.
Su amiga, en lugar de reír, siguió al chico con la mirada mientras pensaba. Al final soltó:
- ¿Qué valen los valores, las ideas y la educación percibida cuando sabes que el final de todo es inminente? ¿De qué ha valido todo lo que nuestros antepasados construyeron si ahora todo se irá al garete? ¿Qué harían si vieran el comportamiento de la gente que ve su final tan cerca?
- Posiblemente meterse otra raya de cocaína – Tamara muy elocuente. Patricia dejó la filosofía y empezó a deshacer más narcótico.
En ese momento aparecieron los hombres de vuelta de su paseo por la playa. José Carlos y Luis Carreño eran los únicos que traían un porro en su boca, el resto se decantaba por los cigarrillos.
- Pero bueno chicas, ¿Ya estáis otra vez? A este paso no os hará falta pastilla – dijo el señor Alex Ortí, del equipo B.
- Y qué más dará cómo. Sabemos el cuándo pero podemos elegir el cómo – contestó Patricia, que hablaba más y más profundamente con cada raya.
- De eso mismo veníamos a hablaros – añadió Rael – Hemos visto a Pepe Cogollo en la playa y nos ha propuesto una muerte distinta e indolora esta noche en el Olíbabá. Nos ha dado unas pastillas “finalfeliz” nuevas que nos harán tener el mejor final. Él también asistirá.
- ¿Me estás diciendo que un muerto os ha ofrecido unas pastillas nuevas para morir esta noche, y que él también asistirá? – preguntó recíprocamente Tamara para después añadir – Llevo muchas rayas encima Rael, pero creo que tu estás peor que yo.
- Quizá esta noche te cuente la historia. Hemos quedado todos a las 9, no faltéis.
- Claro.
٭
El Peugeot 207 ganaba metros en dirección a los chiringuitos mientras que la canción de “esclarecido” sonaba en el reproductor. “¡Te jodes, haber estudiado cuando estabas a tiempo!” cantaban Marius Caballero y Enrique Ortí, también conocidos como Maca y Puks, con sus sicodélicas gorras que portaban dos latas de cerveza en cada lado, un recipiente con cocaína en forma de bola en el centro y dos tubos que iban hasta boca y nariz respectivamente. Ni a la persona menos observadora del mundo le hubiera pasado inadvertido el dibujo del oso Yogui que tenían ambas gorras en la parte delantera. Sin duda, le estaban sacando partido a su gran invento, aunque estuvieron de acuerdo en que faltaba un soporte que les sujetara el porro.
- ¿Entonces no has oído hablar de la técnica del rodeo? – preguntó Maca sorprendido.
- No, nunca la he oído – contesto Puks curioso.
- Pues verás, el tema consiste en, disfrazado de vaquero, coger a una chica con carácter, llevártela a la cama y ponerla a cuatro patas. Una vez hecho esto, comienzas el acto durante unos minutos. Cuando la chica esté muy caliente te agarras a ella todo lo fuerte que puedas – Puks dejó de mirar a la carretera para prestar más atención a lo que su amigo le contaba – y empiezas a chillar el nombre de su mejor amiga, sin sacar el miembro claro. Por supuesto ganará quien más dure montándola.
- ¡Dios que enfermo! – Puks empezó a reír a carcajadas.
- Pues eso es lo que están planeando Rubén y Vicente para esta noche, el que gane será el Don Juan Tenorio olivense – la cara de Marivi expresaba curiosidad por ver lo que sus dos desenfrenados amigos querían hacer.
- Estoy seguro de que lo harán, es más estoy seguro de que a las tías les dará igual que griten otros nombres. La gente ha perdido todo el orgullo y el honor para dejarse llevar por sus instintos más primarios. Lo único que les importa es dar rienda suelta a sus deseos y cumplirlos – explicó Puks en un acto de reflexión.
- ¿A caso importa ahora otra cosa? – preguntó Maca – Nada se puede hacer para cambiar el destino que nos acecha. No se puede hacer nada sino disfrutar del tiempo que se nos ha dado.
- Claramente, aunque tengo bastante curiosidad por lo que pueda pasar esta noche. La gente se comporta de modos muy extraños – contestó Puks.
- La gente se comporta como en realidad es, sin que les ate la vergüenza o el rubor, la educación o la prohibición. Hoy serán verdaderamente libres – explicó Maca.
- Lo cual no me tranquiliza – terminó de decir Puks para después pasar el resto del viaje pensativo. Cuando llegaron todos estaban esperando en el parking, ansiosos de cruzar la pasarela hacia el chiringuito una última vez.
٭
Nadie quiso perderse la gran noche. La entrada del Olibaba rebosaba de gente, era completamente imposible pasar por el camino de madera aunque esto no fue problema para los sanfernandinos que tantas veces habían tomado la senda secreta de las dunas. Tomaron asiento entre medias de ambos chiringuitos, como era habitual. La gente que había recalado en posiciones que daban la espalda al mar comenzaron a cavar sus agujeros donde depositar las piernas. El gran final comenzaba en el momento en que abrieron las primeras botellas.
Pepe aún no había aparecido cuando las acaloradas conversaciones comenzaron a dar signos de que el alcohol había hecho mella en ellos. Ni siquiera las cantidades ingentes de cocaína que llevaban en el cuerpo era capaz de paliar el efecto etílico. Las copas se acababan tan rápido que decidieron hacer uso de los vasos de mini, no sin antes ponerse unas rayitas más de narcótico.
La gente había llenado los alrededores con sus botellones y un gran ánimo de fiesta se hacía ahora presa del ambiente. Parecía que la gente había olvidado por completo el destino que les deparaba esa misma noche. Casi con toda probabilidad habrían tomado ya la pastilla que les hacía inhibirse de los pesares y que, mezclado con el alcohol, hacía ralentizar el proceso. No obstante, el destino de esas personas era la muerte y sería antes de que pudieran sufrir una muerte más dolorosa cuando el asteroide cayera en la tierra.
- Mirad el efecto que hace el meteorito con la luna – observó Tito - parece un eclipse – La luna empezaba a tapar el astro haciendo un efecto parecido al eclipse. La escena era impresionante y la gente no pudo dejar de comentarlo.
- Pues está ya muy cerca ¿no creéis? – dijo Omar – ¿Nos tomamos ya la pastilla?
- Creo que podemos esperar un rato más – contestó Rubén – recordad que Pepe nos ha dicho que la pastilla es más potente y que el proceso es más corto incluso con alcohol.
- Está bien – dijo Tito resignado – pongámonos otra rayita para compensar.
- Me parece justo – terminó Omar.
El tiempo pasaba y la luna estaba apunto de cubrir por completo el asteroide. La percepción de la penumbra que generaba el eclipse de ambos astros hacía un efecto muy especial. Parecía de noche aunque había una claridad que permitía ver perfectamente.
Puks paró de hablar un momento para cavilar. El colocón era brutal, nunca había estado tan pedo. No tardó en anunciar su impresión y los demás estuvieron más que de acuerdo en que todos padecían lo mismo. La verdad, era fácilmente apreciable que su estado era deplorable. Las mandíbulas se movían con suma frecuencia de lado a lado y los ojos estaban tintados en sangre, por no hablar de los constantes balbuceos combinados con expresiones de ideas inverosímiles. La risa y la diversión eran la mayor de las constantes en el grupo; los pesares habían sido ahogados en alcohol y contaminados de cocaína, lo cual había hecho que cayeran en el más profundo de los olvidos.
Patricia miró hacia su izquierda para descubrir a un grupo de gente rodeando a una pareja que fornicaba mientras el resto observaba y veneraba como si de un rito se tratara. Cuando acababan, otros volvían a empezaban y así continuamente. Parecía que habían acordado dedicar sus últimos momentos a darse placer entre ellos.
Cuando Patricia volvió la cabeza para contarles lo que estaba pasando, Rael ya había atraído la atención del resto, que miraban hacia otro grupo en el cual se desnudaban para después ser manteados hacia arriba con brusquedad. Por los gritos que se oían dedujeron que su mayor deseo era tocar el asteroide con los huevos.
Un poco más arriba podía apreciarse una orgía bastante numerosa y en el mar se oían gritos de exaltación de varias mujeres. Cuando Omar volvió la mirada, bastante sorprendido de lo que estaba sucediendo, vio como Rael, Rubén y Vicente abandonaban el grupo dirección norte, donde la lujuria ganaba más y más adeptos.
Era más que visible que la pastilla estaba haciendo efecto en la gente que, aunque era consciente de que su final estaba cercano, mantenían los ánimos intactos. Además el hecho de atisbar el fin de sus días había creado la situación de desenfreno que se estaba sucediendo.
Todo parecía un sueño. Algunos lo llamarían paraíso, otros lo llamarían locura; pero lo que estaba sucediendo no era algo de este mundo. Todos se habían caído en el mismo trance, lujuria y descontrol y hacían lo que deseaban sin pudor, cohibiciones o vergüenza. Qué importaba ya lo que pensara el resto o si algo era políticamente correcto o no. Qué importaba la imagen de uno mismo, la educación y los valores que tenían cuando el futuro se agotaba. Lo único que importaba era satisfacer los deseos momentáneos, lo cual se reducía a satisfacer los instintos más primitivos.
- Es curioso que cuanto más se nos agota el futuro más irracionales nos volvemos. Es como retroceder en el tiempo – pensó Omar en voz alta.
- ¿De qué mierda estás hablando? – preguntó Tito mientras pintaba cocaína.
- Maldito borracho – dijo Omar.
- Maldito encocado dirás – a Tito a penas se le entendía ya que la zarpa había dormido su boca y lengua casi por completo.
- Carreño jamás pensé que podrías llegar a ese estado… - se escuchó una voz detrás que anunció que Pepe había llegado. Se le veía jadeante y con cara de preocupación.
- Hombre Pepe, has venido – balbuceó el Sr Carreño.
- ¿Qué ocurre Pepe? – preguntó Patricia percatándose de que algo no iba bien.
- ¿Habéis tomado ya las pastillas que os dí? – preguntó Pepe con ansiedad.
Puks no había terminado la frase cuando todo se iluminó durante un instante. Fue como si por un momento el sol hubiera brillado con toda su intensidad y al momento siguiente se hubiera apagado, como el destello de una bomba atómica cuando acaba de explotar. Todo el mundo yacía en el suelo, confundidos por lo que había pasado. Quizá esperaban que se hubiera adelantado el final pero el estruendo que escucharon a continuación delató que no se trataba de eso. Alzaron la vista y vieron cómo el asteroide había chocado con la luna partiéndola en varias partes. El cielo mostraba un paisaje impresionante, la mezcla de colores que produjo la explosión debido al polvo incandescente le daba un tono verdoso con rebordes rosas y naranjas a la luna. Alrededor de ella se apreciaba más polvo lunar desintegrándose, dándole a los alrededores del astro un aspecto de nebulosa.
Los efectos gravitatorios en la Tierra fueron inmediatos. El mar comenzó a retroceder debido a la no acción de la fuerza de la gravedad que generaba la luna, cediendo varios kilómetros de playa en pocos segundos.
También fueron inmediatos los efectos sobre las caras de la multitud por el hecho de saber que ya no había peligro de colisión. Miles, millones de personas habían consumido la pastilla y la situación para ellos no había cambiado. Sí hubo cambios en sus caras, las cuales expresaban ahora incredulidad, impotencia y derrota. Algunos lo llamarían quedárseles cara de gilipollas.
De repente lo que era incredulidad se convirtió en aceptación. La aceptación de la situación junto con la impotencia generó la ira para llevar la derrota a la humanidad. Nos habíamos suicidado sin haber necesidad y eso pesaba demasiado en la calma de la gente, que ahora empezaba a destrozarlo todo, a dañar a sus iguales y dejarse llevar por la locura.
Las cabezas empezaron a rodar. Todo se volvió una pesadilla. Omar corría en dirección al mar cuando tropezó. El impresionante colocón le impedía huir. Todo se volvió oscuro. Omar sabía ahora que el final había llegado para todos.
٭
Rael levantó la cabeza con los ojos entre cerrados. Había amanecido. La cabeza le dolía como si le estuvieran golpeando con cada latido del corazón. El cuerpo lo tenía dolorido y el estómago le ardía debido a la batalla que había librado para hacer la digestión de todo el alcohol ingerido. Sin duda alguna la siguiente defecación se compondría de fuego.
Todo ese dolor y agonía fue lo que le demostró que todavía estaba vivo. Aún se mantenía entero y las articulaciones le respondían. Se levantó como pudo y visionó a su alrededor el macabro espectáculo en la orilla. La duna quedaba muy lejos y hasta ella yacían muchos cuerpos inertes de personas que habían sido asesinadas o bien habían muerto por el efecto de la pastilla. Se preguntó por qué no estaría él también muerto. La pastilla no debió hacerle efecto o… ¿o qué?
No podía pensar, la cabeza le dolía de forma inhumana. En un pequeño momento de lucidez decidió buscar a sus amigos. Encontró primero a Omar que aún respiraba. Después de unas bofetadas volvió en sí.
- ¿Estamos muertos ya? – pregunto haciendo un gran esfuerzo. Su resaca era brutal.
- Sorprendentemente no – contestó Rael – ayúdame a encontrar al resto.
- Pero… ¿y las pastillas? – preguntó Omar confuso mientras se levantaba – ¿la gente no ha muerto?
- Si han muerto, pero nosotros no. Vamos a por el resto.
Uno a uno fueron encontrando a sus amigos. Todos y cada uno de ellos estaban vivos y pudieron levantarse por sus propios medios. Después de un tiempo, todos estaban sentados intentando deducir qué había sucedido. ¿Por qué ellos no habían muerto y el resto sí?
- ¿Ha podido ser todo lo que bebimos y nos metimos ayer? – preguntó Puks – puede que haya matado el efecto de las pastillas.
- Todo el mundo estaba metiéndose de todo anoche – contestó Mariví – y todos están muertos menos nosotros.
- Si pero nadie bebe como nosotros – añadió Tito con orgullo. Algo les decía a todos que el alcohol había tenido algo que ver en todo esto.
- Puede que fueran las pastillas que nos dio Pepe – propuso Vicente.
- Todos habían tomado pastillas de Pepe – contestó Rubén.
- Bueno, yo con vuestro permiso voy a fumarme un piti – Tito echó mano a su bolsillo para coger el paquete de cigarrillos. Cuando tiró del paquete hacia fuera sacó algo más junto a él. Una bolsa con todas las pastillas que Pepe les había dado había permanecido cerrada en su bolsillo durante toda la noche y nadie las había echado de menos. – Seguro que el alcohol ha tenido algo que ver – añadió metiéndose de nuevo las pastillas en su bolsillo, ocultando así la verdad al resto.
- ¿El alcohol nos ha salvado la vida? Habrá entonces que beber más a menudo – comentó Patricia.
- Totalmente de acuerdo – dijo Tito mientras encendía su piti y se le dibujaba una sonrisa en la cara.